Comentarios críticos sobre la obra de Mirta García Buch

Nadie sabe su destino antes de vivirlo. Pero Mirta García Buch lo sabía todo por adelantado; tenía la certeza de que no cumpliría ninguno de los proyectos que para ella había concebido su familia. En las paredes de su casa no habría títulos de maestras hogaristas, de comercio o mecanografía. Sabía ya, desde la edad de las muñecas, que el arte lo llenaría todo en su vida. Elsie Carbó

La obra de Mirta García Buch sorprende por su hibridismo, que le ofrece un sello personal y único (…) La belleza, armonía y sencillez de su decorado, con figuras negras y rojas y la elegancia de sus líneas, le dan un tono helénico y europeo que cautiva y seduce; los reflejos metálicos, intrincados arabescos y dibujos geométricos le dan un misterio fascinante a sus figuras que embrujan como sortilegio; y sus contornos perfilados, la claridad y la perfección de la pincelada, que se hace calculada y fija aun cuando se desdobla o se desdibuja, nos dan la seriedad [de lo] balanceado y del reposo que produce el equilibrio. Ramón Álvarez Silva (Heraldo Internacional, La Habana, julio de 1958).

La cerámica artística –ya sean vasijas o accesorios para el vestuario- constituye su mejor aporte al arte cubano. El Museo Nacional de la Cerámica conserva importantes obras de su autoría como el Gran vaso de Iroco, para mí su mejor pieza, que además representa las coordenadas fundamentales de su estilo, sintetizado en la maestría técnica de la decoración cerámica y en el elemento religioso afrocubano, presente como constante desde sus inicios. No hay que olvidar que entre sus primeras piezas mayores pintó un vaso para Fernando Ortiz con el motivo de los Ibeyes y que la última obra que creara en el taller de Santiago, en la que experimentó con nuevas búsquedas expresivas al tomar como base una caja de chamota partida al medio, aparecen de nuevo los Ibeyes y Eleguá, un camino roto, con esperanza de futuro (...) María Elena Jubrías (2009).

Entre la autora y la obra hay una delicada corriente empática que se transmite lógicamente a los espectadores. Sangre blanca, sangre negra, sangre china, amalgamadas, establecen coordenadas abiertas entre las que actúa la espiritualidad de esta mujer que, a mucho ruego, presenta un bloque sustancial de lo hecho en sitio ya ritualizado por el uso como sala de exposiciones. Alejandro G. Alonso (Revolución y Cultura, La Habana, mayo-junio de 1991).

Su cerámica, constante probeta, quizá no de formas, sino de aplicaciones de elementos planos, que supieron, por ella, deslizarse en complejos vericuetos volumétricos y su propio dibujo, de rasgos caligráficos bien justificados [en los que] supo respetar el embrujo ancestral antes de salir de sus magníficas manos; son los principales testigos de ese restaño encantado que sirvió de definitivo molde para su absoluta singularidad artística. Antonio Seoane (2009).

Mirta García Buch es tan artista que todo lo contesta con espiritualidad y tan laboriosa que todo lo piensa en sentido de tarea. Nadie se asombre, pues, de que ella sea capaz, todos los días, de “convertir el fango en arte y el arte en industria”. Y de que sus objetos “made in Cuba” salgan tan magnificados que en nuestro Museo Nacional se tengan asignadas permanentemente dos vitrinas para exhibirlos en joyel. Ricardo Cardet (Diario de la Marina, La Habana, diciembre de 1958).

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